jueves, 4 de octubre de 2012

CRECE LA BRECHA ENTRE EL RICO Y EL POBRE


Pero, déjenme contarles que mi padre, que era 50 años mayor que yo, 51, por eso yo no era, más bien su hijo, era más bien su nieto.

            Allá, en los 70, le metió ya muy fuerte, ya casi a sus 70 años, a sus 60 y tantos, le metió muy fuerte al tema de naturaleza.

            Había leído varios de los ensayos más reveladores, más desafiantes de finales de los 60 y los 70. Los estudios del Club de Roma; Nuestro Destino Común, de la Universidad de Massachusetts, precisamente, por encargo del Club de Roma, donde hablaba, precisamente. Mi padre, insistentemente, repetía y yo, insistentemente, repito, que hay dos brechas que ponen en peligro la viabilidad del ser humano o de la humanidad.

            Una es la brecha entre el hombre y la naturaleza, y la otra, es la brecha entre el Norte y el Sur, entre ricos y pobres, sean sociedades, países, personas.

            Y ambas brechas, decía mi padre, y reitero yo, tienen que cerrarse al mismo tiempo, y tenemos que encontrar la manera en la cual se cierre, al mismo tiempo, la brecha entre el hombre y la naturaleza, y la brecha entre el rico y el pobre.

            Ahí está la clave de nuestra supervivencia y ahí está la clave, también, de la preservación de la Tierra, la Madre Tierra, como se le llama, también, y que me gusta, también, esa expresión.

            Y conocí a la Monarca de una manera, más bien, fortuita. Yo me había venido a estudiar a la Ciudad de México, en 1980, no por otra cosa, sino, porque a los alumnos del bachillerato donde yo estaba no nos admitían en la Universidad de Michoacán, que era la única.

            Y un viejo compañero mío, con quien solíamos irnos de campamento. Me acuerdo un día que a ver si nos veíamos algún fin de semana en Morelia. Él estaba en el Tec de Monterrey. Y dijimos: Oye, por qué no vamos de campamento, como en los viejos tiempos. Vamos.

            Y mi hermano Juan Luis, que realmente es muy bueno para todas las cosas que tienen que saber de campamentos, de hacer nudos, prender fogatas, armar tiendas de campaña. Yo, realmente, doy simplemente asesoría y apoyo moral a esos temas.

            Entre los dos ya tenían planeado el campamento con otros dos amigos, y nos fuimos allá. Nos decían que por la zona entre Zitácuaro, o Senguio, que ese era la discusión que traían cuando yo llegué a ver unas mariposas.

            Y yo dije: Oigan, ir a ver unas mariposas, por favor. Entonces, ya no discutimos mucho. Tomamos un coche de uno de nuestros amigos, nos fuimos por la vieja carretera Mil Cumbres hasta poquito antes de Zitácuaro, en San Felipe los Alzati.

            Y por ahí nos metimos hacia una desviación. Nos pasamos todo el día tratando de dar con las mariposas. Nadie sabía de ellas, o muy poca gente nos hablaba a ellas. Estamos hablando de 1981, 82.

            Y, finalmente, por la tarde llegamos a Angangueo. Y por allá, alguien nos dijo: Es por allá arriba. Efectivamente, fuimos a dar ahí por la Comunidad El Rosario. Ya sin coche, porque llegó el coche hasta ahí. Ahí lo estacionamos, en la placita de Angangueo. Nos bajamos, agarrábamos nuestras mochilas. En ese tiempo, las tiendas de campaña eran pesadísimas. Y ahí vamos, subiendo.

            Y nos ganó la noche. Acampamos ahí, ya subiendo ahí, a las faldas del cerro. Y en la mañana, muy temprano, nos despertó, con mucho susto, además, imagínense, el sonar de las motosierras y los árboles cayendo, prácticamente, encima de nosotros.

            Empacamos nuestras cosas como pudimos. Nos topamos con los talamontes. Y sacamos la plática: Oigan no han visto las mariposas. En fin. Sí, por allá arriba, y sigan subiendo. Muchas gracias. Buen día. Y vámonos corriendo.

            Y llegamos, efectivamente, a un lugar que estaba nublado, había neblina, estaba un poquito lloviendo, frío. Y veíamos a las mariposas, y yo decía: Sí, pero ahora si qué. Nos sentamos ahí a descansar, a echar café, las clásicas galletas con leche Nestlé. En fin. Que no habíamos desayunado.

            Y estábamos a la distancia, veíamos un racimo. Lo que luego verán ustedes, si no lo han visto, y que fue asombroso; era como una plaga, era como algo, así, raro del árbol.

            Y estando sentados, empezó a salir el sol. Empezamos a tomar nosotros nuestro solecito y se ve, evidentemente, que las Mariposas Monarca, también, salieron a tomar el solecito.

            Y, ante nosotros, fue un espectáculo escalofriante y maravilloso, porque empezaron a salir miles y miles de mariposas de aquello que yo pensaba que era una especie de plaga de un árbol, que estaba como gris y, realmente, era un racimo de mariposas, y salieron, y nos cubrieron a todos. Me acordé mucho de aquel mágico momento, cuando vi la foto de Caty en el National Geographic.

            Hoy, amigas y amigos, he tenido el privilegio de ser Presidente de la República. Y entre muchas cosas que hacemos, de los esfuerzos más amados, más entrañables para mí, ha sido el tratar de apoyar, con todo, a la Mariposa Monarca. Y esta película es parte de ese esfuerzo.

            El Gobierno Federal ha invertido, más o menos, 60 millones de pesos, a través de distintas dependencias, a través, incluso, del apoyo que le dimos a algunos, también, gobiernos para que pudieran dar o completar la parte que se habían comprometido, y sin contar los estímulos fiscales, que son impuestos que se dejan de recibir de algunas de las empresas patrocinadoras, que, además, también, pusieron una parte bien importante adicional a esto.

            Y, por otra parte, amigas y amigos, hemos trabajado de la mano con la sociedad civil, que eso es bien importante, y de la mano con los comuneros de la zona.

              El Fondo Mundial para la Naturaleza, el WWF, a quien, también, le agradezco muchísimo todo lo que ha hecho por la zona de la reserva. Al Fondo Mexicano por la Conservación de la Naturaleza, a la Fundación Carlos Slim, a PRONATURA y a la de Coca-Cola, como ya he dicho, por lo que se ha hecho.

            Y para darles una idea. Todavía, hace poquitos años, todavía entrando yo a la Presidencia, registrábamos una tala en la zona de la Reserva de La Monarca de más de 500 hectáreas al año.

              Y con el trabajo de todos, de las fundaciones, sobre todo, de la zona que protege la reserva de La Monarca, y saludo a la gente de SEMARNAT, que está ahí, de los comuneros, sobre todo, empezamos a trabajar.

            Nosotros tratamos de dar apoyos. Metimos muy fuerte el ProÁrbol, que es un programa de pagos de servicios ambientales. Básicamente, en pocas palabras, porque es un tema que me entusiasma y me alargo; pero le pagamos a la gente para que no tire los árboles, en pago del servicio ambiental que nos dan de oxígeno, de agua y, en este caso, de conservación de la mariposa.

            Hacemos pagos importantes en esa zona. Estamos corrigiendo el Programa, incluso, porque, finalmente por cuestiones de escala sólo se ocupa en comunidades o gente, ejidatarios, por ejemplo, que pueden poner muchas hectáreas en común; y hay que ir pensando en los pequeños propietarios, de pequeña escala, para que también le entren y se beneficien.


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