Pero, déjenme
contarles que mi padre, que era 50 años mayor que yo, 51, por eso yo no era,
más bien su hijo, era más bien su nieto.
Allá, en los 70, le metió ya muy fuerte, ya casi a sus 70 años, a sus 60 y
tantos, le metió muy fuerte al tema de naturaleza.
Había leído varios de los ensayos más reveladores, más desafiantes de finales
de los 60 y los 70. Los estudios del Club de Roma; Nuestro Destino Común, de la
Universidad de Massachusetts, precisamente, por encargo del Club de Roma, donde
hablaba, precisamente. Mi padre, insistentemente, repetía y yo,
insistentemente, repito, que hay dos brechas que ponen en peligro la viabilidad
del ser humano o de la humanidad.
Una
es la brecha entre el hombre y la naturaleza, y la otra, es la brecha entre el
Norte y el Sur, entre ricos y pobres, sean sociedades, países, personas.
Y
ambas brechas, decía mi padre, y reitero yo, tienen que cerrarse al mismo
tiempo, y tenemos que encontrar la manera en la cual se cierre, al mismo
tiempo, la brecha entre el hombre y la naturaleza, y la brecha entre el rico y
el pobre.
Ahí
está la clave de nuestra supervivencia y ahí está la clave, también, de la
preservación de la Tierra, la Madre Tierra, como se le llama, también, y que me
gusta, también, esa expresión.
Y
conocí a la Monarca de una manera, más bien, fortuita. Yo me había venido a
estudiar a la Ciudad de México, en 1980, no por otra cosa, sino, porque a los
alumnos del bachillerato donde yo estaba no nos admitían en la Universidad de
Michoacán, que era la única.
Y un
viejo compañero mío, con quien solíamos irnos de campamento. Me acuerdo un día
que a ver si nos veíamos algún fin de semana en Morelia. Él estaba en el Tec de
Monterrey. Y dijimos: Oye, por qué no vamos de campamento, como en los viejos
tiempos. Vamos.
Y mi
hermano Juan Luis, que realmente es muy bueno para todas las cosas que tienen
que saber de campamentos, de hacer nudos, prender fogatas, armar tiendas de
campaña. Yo, realmente, doy simplemente asesoría y apoyo moral a esos temas.
Entre los dos ya tenían planeado el campamento con otros dos amigos, y nos
fuimos allá. Nos decían que por la zona entre Zitácuaro, o Senguio, que ese era
la discusión que traían cuando yo llegué a ver unas mariposas.
Y yo
dije: Oigan, ir a ver unas mariposas, por favor. Entonces, ya no discutimos
mucho. Tomamos un coche de uno de nuestros amigos, nos fuimos por la vieja
carretera Mil Cumbres hasta poquito antes de Zitácuaro, en San Felipe los
Alzati.
Y
por ahí nos metimos hacia una desviación. Nos pasamos todo el día tratando de
dar con las mariposas. Nadie sabía de ellas, o muy poca gente nos hablaba a
ellas. Estamos hablando de 1981, 82.
Y,
finalmente, por la tarde llegamos a Angangueo. Y por allá, alguien nos dijo: Es
por allá arriba. Efectivamente, fuimos a dar ahí por la Comunidad El Rosario.
Ya sin coche, porque llegó el coche hasta ahí. Ahí lo estacionamos, en la
placita de Angangueo. Nos bajamos, agarrábamos nuestras mochilas. En ese
tiempo, las tiendas de campaña eran pesadísimas. Y ahí vamos, subiendo.
Y
nos ganó la noche. Acampamos ahí, ya subiendo ahí, a las faldas del cerro. Y en
la mañana, muy temprano, nos despertó, con mucho susto, además, imagínense, el
sonar de las motosierras y los árboles cayendo, prácticamente, encima de nosotros.
Empacamos nuestras cosas como pudimos. Nos topamos con los talamontes. Y
sacamos la plática: Oigan no han visto las mariposas. En fin. Sí, por allá
arriba, y sigan subiendo. Muchas gracias. Buen día. Y vámonos corriendo.
Y
llegamos, efectivamente, a un lugar que estaba nublado, había neblina, estaba
un poquito lloviendo, frío. Y veíamos a las mariposas, y yo decía: Sí, pero
ahora si qué. Nos sentamos ahí a descansar, a echar café, las clásicas galletas
con leche Nestlé. En fin. Que no habíamos desayunado.
Y
estábamos a la distancia, veíamos un racimo. Lo que luego verán ustedes, si no
lo han visto, y que fue asombroso; era como una plaga, era como algo, así, raro
del árbol.
Y
estando sentados, empezó a salir el sol. Empezamos a tomar nosotros nuestro
solecito y se ve, evidentemente, que las Mariposas Monarca, también, salieron a
tomar el solecito.
Y,
ante nosotros, fue un espectáculo escalofriante y maravilloso, porque empezaron
a salir miles y miles de mariposas de aquello que yo pensaba que era una
especie de plaga de un árbol, que estaba como gris y, realmente, era un racimo
de mariposas, y salieron, y nos cubrieron a todos. Me acordé mucho de aquel
mágico momento, cuando vi la foto de Caty en el National Geographic.
Hoy,
amigas y amigos, he tenido el privilegio de ser Presidente de la República. Y
entre muchas cosas que hacemos, de los esfuerzos más amados, más entrañables
para mí, ha sido el tratar de apoyar, con todo, a la Mariposa Monarca. Y esta
película es parte de ese esfuerzo.
El
Gobierno Federal ha invertido, más o menos, 60 millones de pesos, a través de
distintas dependencias, a través, incluso, del apoyo que le dimos a algunos,
también, gobiernos para que pudieran dar o completar la parte que se habían
comprometido, y sin contar los estímulos fiscales, que son impuestos que se
dejan de recibir de algunas de las empresas patrocinadoras, que, además,
también, pusieron una parte bien importante adicional a esto.
Y,
por otra parte, amigas y amigos, hemos trabajado de la mano con la sociedad
civil, que eso es bien importante, y de la mano con los comuneros de la zona.
El Fondo Mundial para la Naturaleza, el WWF, a quien, también, le agradezco
muchísimo todo lo que ha hecho por la zona de la reserva. Al Fondo Mexicano por
la Conservación de la Naturaleza, a la Fundación Carlos Slim, a PRONATURA y a
la de Coca-Cola, como ya he dicho, por lo que se ha hecho.
Y
para darles una idea. Todavía, hace poquitos años, todavía entrando yo a la
Presidencia, registrábamos una tala en la zona de la Reserva de La Monarca de
más de 500 hectáreas al año.
Y con el trabajo de todos, de las fundaciones, sobre todo, de la zona que
protege la reserva de La Monarca, y saludo a la gente de SEMARNAT, que está
ahí, de los comuneros, sobre todo, empezamos a trabajar.
Nosotros tratamos de dar apoyos. Metimos muy fuerte el ProÁrbol, que es un
programa de pagos de servicios ambientales. Básicamente, en pocas palabras,
porque es un tema que me entusiasma y me alargo; pero le pagamos a la gente
para que no tire los árboles, en pago del servicio ambiental que nos dan de
oxígeno, de agua y, en este caso, de conservación de la mariposa.
Hacemos pagos importantes en esa zona. Estamos corrigiendo el Programa,
incluso, porque, finalmente por cuestiones de escala sólo se ocupa en
comunidades o gente, ejidatarios, por ejemplo, que pueden poner muchas
hectáreas en común; y hay que ir pensando en los pequeños propietarios, de
pequeña escala, para que también le entren y se beneficien.
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